Compilar… para iluminar el pasado

Por María Luisa García Moreno

Tomado de Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí. Año 108 No. 2

En el pasado 2016 vio la luz el tercer tomo de la correspondencia de Fernando Ortiz, titulado en esta ocasión Iluminar la fronda, libro publicado por la editorial de la Fundación homónima, que tiene a su cargo la divulgación y estudio de una de las más notables figuras del pensamiento cubano.
No por esperado, este tomo resulta menos sorprendente. Una vez más, su compiladora, Trinidad Pérez Valdés, logra con su sapiencia emular con uno de los cubanos más prominentes de todos los tiempos, pues si interesantes resultan las cartas de don Fernando -“henchidas de criollo buen decir” según dice la “Nota al lector” que sirve de entrada al libro y ricas en todo tipo de informaciones-, interesantísima es la pintura de la época y sus personajes que Trini, como todos la conocen, ofrece a través del aparato referencial que calza cada una de las misivas.

Este tomo recoge una selección  de las epístolas escritas por Ortiz en la década del cuarenta, es decir, durante los años en que el genio creador de don Fernando alcanza su plenitud con obras tan trascendentales como el Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940), Las cuatro culturas indias de Cuba (1946), El engaño de las razas (1946) y El huracán, su mitología y sus símbolos (1947). Es, además, la etapa en que su concepto de “transculturación” es debatido, compartido o disputado por numerosos especialistas cubanos y extranjeros hasta que termina imponiéndose. Su activa labor intelectual, reflejada en su participación en diferentes instituciones y publicaciones culturales, así como en su asistencia a eventos nacionales e internacionales –como la inauguración de la Alianza Cubana por un Mundo Libre o los Congresos Nacionales de Historia-, marca también de manera significativa este periodo.

Desde el punto de vista internacional, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial y, de modo muy particular, la ideología fascista, obligarían a los hombres dignos y honestos del mundo a tomar partido en torno a estos hechos y maneras de comprender la vida. Don Fernando, por supuesto, se proyecta contra una forma de pensar que, en definitiva atenta contra la dignidad humana. En su correspondencia afloran sus preocupaciones en torno a la cultura y también su proyección antifascista.

Entre los destinatarios pueden hallarse sobresalientes figuras de los ámbitos cubanos –como Julio Le Riverend, Emilio Roig, Argeliers León, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Quevedo, Regino Botti y Elías Entralgo-, latinoamericano –tales como Jean Price-Mars, Eric Williams, Andrés Eloy Blanco, Emilio Rodríguez Demorizi y José Juan Arrom-, hispano –como María Zambrano, Federico de Onís y su esposa Harriet, José María Ots Capdequí-, norteamericanos y universal, como universales eran el saber y las inquietudes de don Fernando. Su correspondencia palpita el corazón de su tiempo.

Para cerrar el volumen con un interesante dosier, en esta ocasión, Trinidad Pérez seleccionó un conjunto de cartas cruzadas con varios colaboradores y amigos, “recibidas y enviadas luego del recorrido que Ortiz realizó en 1948, junto con su esposa María, por pueblos y territorios del Oriente cubano (‘la otra Cuba’, como los llamó)”.

En esa visita, don Fernando y su esposa estuvieron en Manzanillo, Bayamo, Santiago de Cuba, Baracoa, Palma Soriano, Alto Songo, La Maya y otros poblados del llamado por él, la Cuba Prieta o el Solar de la Prieta, “la región más tostada de la Isla, la más cálida, la más fuerte y altiva, la del pico Turquino y la Gran Piedra, y también la más convulsa de nuestra geografía e historia”, como la describe la compiladora; “por donde llegaron las libertades y la independencia”, en el decir de don Fernando.

Este recorrido facilitó material para crónicas y artículos –más de treinta- publicados en Bohemia entre 1948 y 1950, así como un abundante intercambio epistolar sobre temas históricos –con un espacio para el recuerdo de Antonio y José Maceo-, culturales, geográficos, religiosos –espiritismo y santería-, lingüísticos, culinarios, así como referido a tradiciones de la región y la riqueza de su flora y su empleo en la herbolaria.
El dossier –apenas unas sesenta páginas- contiene por sí solo una riqueza extraordinaria.

Cierran el libro un interesante testimonio gráfico que recoge imágenes de la época –Fernando Ortiz con su familia, los importantes eventos en los que participó, las portadas de los libros y las fotocopias de las páginas iniciales de algunos artículos que escribió, su interés por la tumba francesa, así como el retrato que Jorge Arche le hizo y las caricaturas de Juan David y de Carlos Mestre-. Además, se ofrece un índice analítico, instrumento que, sin duda, facilitará el quehacer de los estudiosos.

No quiero concluir esta breve reseña de un libro trascendente sin volver a tocar la labor acuciosa de Trinidad Pérez Valdés, a cuyo cargo estuvieron la selección y las notas. Con su habitual modestia, Trini quizá no se ha percatado de la valía de su propio quehacer; pero con la grandeza de la sencillez logra pintar con vivos colores el mundo en que se desempeña don Fernando. Por eso, con esta labor, la vicepresidenta de la Fundación Fernando Ortiz contribuye no solo a preservar y divulgar una de las riquezas de nuestro inmenso patrimonio histórico-cultural –la correspondencia del tercer descubridor de Cuba-, sino también a iluminar personas, lugares e historias, que sin su minucioso quehacer pudieran perderse en el transcurso del tiempo.

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